Estoy enfrascada en un trabajo en crochet para una amiga futura mamá (¡cómo
no!) que os enseñaré cuando lo acabe y se lo dé.
Es un reto personal ya que en mi nivel de principiante
totalmente autodidacta me he lanzado a sacar un patrón de dificultad media, en
inglés y con alguna información básica que no aparece (claro, las de este nivel
igual no necesitan ciertas obviedades…).
En fin, el caso es
que con alguna explicación del tutorial, el bendito internet, las dudas y
comentarios de las atrevidas que se han embarcado en el trabajo antes que yo,
alguna modificación de cosecha propia, varios cambios de lana utilizada y
decenas de intentos infructuosos de pasar de las primeras filas obteniendo algo
que medianamente se pareciera a lo esperado, he conseguido encauzar el trabajo
de una manera bastante digna y, hasta diría, estéticamente satisfactoria.
Pensando en este empecinamiento mío durante la última semana
en sacar adelante el patrón se me ha venido a la cabeza lo que podría ser mi
primera experiencia DIY: las sorpresas Kinder.
Cuando yo era pequeña era muy frecuente que la sorpresa que
te tocaba fuera algo que se montara y, más que el regalo en sí, lo que me gustaba
era construirlo siguiendo las instrucciones e ir viendo los cambios que se iban
produciendo hasta terminarlo.
Algo parecido me pasa con estos trabajos ahora. Hay un momento
mágico en el que de repente paso de tener un “churro” amorfo a vislumbrar la forma
esperada y creo que no hay nada tan gratificante. Una vez encauzado, el resto
es disfrutar de haberlo conseguido.
¡Buen finde!
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